Llantoterapia

"Me fui a preparar el almuerzo y al pegarle un tijeretazo a la esquina del cartón de tomate frito me saltó un poco al vestido y a las gafas y me puse a llorar. Habían vuelto a poner Los Simpson y no oían mi lamento, y eso me hizo llorar más fuerte. Desde chiquitita, cuando lloro, me gusta mirarme al espejo. Llorar, como dicen todos los psicólogos del mundo sean de la corriente que sean, será no reprimirse y será sano, vale; pero verte a ti misma llorar te deja nueva. El llanto se alarga, toses, escupes, te quedas afónica, zapateas, golpeas las cosas, revoleas el tomate frito, lanzas al suelo todo lo que encuentras en la alacena, vacías la leche y el aceite, muerdes los estropajos, vuelcas la basura y al final ya no lloras por el motivo que te hizo llorar sino de puro gusto. ¿y cuando se te acaba el fuelle, la modorra que te invade? Ni Valium ni Trankimazin ni "hostias": "llantoterapia" en el espejo. Hay que aprovechar el llorar cuando se presenta, así que en esas estaba yo, mirándome en la tapa de una olla de aluminio, porque en la cocina no hay ningún espejo salvo el de un "imán-souvenir" diminuto del frigorífico."

«UNA RELACIÓN NO ME PARECE COMPLETA SI NO CONLLEVA UNA PARTE DE CORRESPONDENCIA» Amélie Nothomb

Muy a menudo recibo misivas en las cuales el destinatario ha olvidado o nunca supo que se dirigía a mí o a otra persona. Eso no son cartas. O bien escribo una carta a alguien y esa persona me envía una respuesta que no es una respuesta, no porque le haya hecho una pregunta, sino porque nada en sus opiniones indica que haya leído la mía. Eso no es una carta. Tener capacidad de interlocución no es algo que ocurra todos los días, es cierto; eso no quita que se puede aprender y que mucha gente ganaría haciéndolo.”

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